La Velocidad Límite
Es posible que muchos lectores conozcan el truculento mito
de la moneda asesina. Si se dejara caer una moneda desde el Empire State
Building de Nueva York, esta adquiriría velocidad suficiente como para incrustarse
en el cerebro de un transeúnte y matarlo.
Por fortuna pata la gente que pasea, la física de la
velocidad límite nos libra de fallecer de forma tan espantosa. La moneda
alcanza su velocidad máxima, unos 80 km/h, a los 152 metr
os de caída. La
velocidad de una bala es diez veces mayor. Es poco probable que la moneda mate
a alguien, así que el mito es poco creíble. Además, las corrientes ascendentes
ralentizan la caída y la forma de una moneda no se parece a la de una bala, de
modo que lo más probable es que apenas atraviese la piel.
Cuando un objeto se
desplaza por un medio, como el aire o el agua, se enfrenta a una fuerza de
rozamiento que lo ralentiza. Para los objetos en caída libre en el aire esta
fuerza depende del cuadrado de la velocidad, del área del objeto y de la
densidad del aire.
Cuanta más velocidad adquiere un objeto, mayor es la fuerza
de resistencia. A medida que la moneda se acelera, la fuerza de rozamiento
aumenta de tal modo que el objeto termina cayendo con una velocidad constante
que conocemos como velocidad límite. Esto tiene lugar cuando la fuerza de
rozamiento del medio con el objeto, debida a la viscosidad, iguala la fuerza de
gravedad.
La velocidad límite de los paracaidistas se sitúa a unos 190
kilómetros por hora si extienden los brazos y las piernas. Si adoptan una
posición aerodinámica, con la cabeza hacia abajo, alcanzan una velocidad
aproximada de 240 kilómetros por hora.
La mayor velocidad límite alcanzada por un ser humano en
caída libre la logró en 1960 el militar estadounidense Joseph Kittinger II: se
calcula que llegó a los 988 kilómetros por hora gracias a la altitud (y, por lo
tanto, a la menor densidad del aire) de su salto desde un globo. Su caída
comenzó a 31,300 metros y abrió el paracaídas a los 5,500 metros.
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